Crónica: A la caza de caimanes en la laguna

Su captura, por parte de personal del DRNA, es necesaria para controlar su población

sábado, 17 de septiembre de 2016 – 12:00 AM

Por Leysa Caro González

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Como si fuera un trofeo, los vigilantes Yamil Pérez, Manuel Rey y el comisionado Ángel Pérez sujetan el reptil. (Jorge Ramírez Portela)

Tomé el salvavidas y me lo coloqué inmediatamente. Abordé el bote, un modelo de 16 pies de eslora, cuatro pies y medio de ancho e impulsado por un motor de 30 caballos de fuerza.

Estaba lista para la expedición. Me había bajado de mis tacos y los había sustituido por unos Converse (el que me conoce sabe que eso no es tarea fácil). Me puse una chaqueta tipo “safari”, de esas de manga larga, que tienen muchos bolsillos para cargar de todo sin tener que llevar la acostumbrada cartera.

En un bolsillo llevaba par de bolígrafos, en otro las llaves y en un tercero iba el celular, aparato con el cual acostumbro grabar a los entrevistados. Como toque final, me había echado repelente para los mosquitos.  Vamos, qué más podía necesitar que no fuera la libreta que ya tenía en mano.

La primera advertencia fue clara: “Cuidado y no te caigas en el agua”.

 “Disfruten, que no se mojen… aunque esa sería una experiencia nueva”, nos dijo uno de los miembros del Cuerpo de Vigilantes del Departamento de Recursos Naturales (DRNA) que  permaneció en tierra. “Hay toallas acá”, agregó.

Nunca había visitado la laguna Tortuguero en Vega Baja. Me habían hablado de sus paisajes, de sus riquezas naturales y de las especies que allí habitan   que la convirtieron en una reserva protegida por el DRNA.

Me habían dicho también que es el cuerpo de agua donde más caimanes habitan en Puerto Rico y eso, precisamente, era lo que me traía hasta este lugar paradisíaco.

La noche estaba simplemente perfecta, al menos eso pensaba yo.  Al llegar quedé extasiada, aunque para ser sincera creo que las palabras no reflejan las sensaciones que son capaces de sentirse cuando te encuentras ante semejante escenario.   Había luna llena. Su cara iluminada se reflejaba en el agua que permanecía en completa calma.

Parecía ser además una clara invitación para las especies que con sus cantares completaban perfectamente el escenario. Era una de esas tomas que te dejan con la quijada caída en medio de una de esas películas románticas que todos hemos visto, aunque sea una vez en la vida.

Estaba clara que, aunque iba a conocer en detalle la belleza del lugar, no me podía distraer, pues iba a atrapar caimanes, actividad que el Cuerpo de Vigilantes del DRNA realiza cada dos semanas para controlar la población de este reptil en la laguna Tortuguero.

Eran cerca de las 8:25 p.m. cuando inició el recorrido. Me habían advertido que entre más entrada la noche, mejor era para salir a cazar. Los caimanes acostumbran salir en horas de la madrugada. Sin embargo, la luna llena y la hora –relativamente temprana para realizar esta expedición–  nos podría jugar en contra, dijo el comisionado del DRNA, Ángel Cruz.

Contrario a las embarcaciones de mar, el fondo de esta embarcación era más ancho y plano, lo que le   provee la estabilidad que requiere el navegar por aguas dulces. “Por eso es que esta embarcación no tiene proa. Es apropiada para este tipo de trabajo”, señaló.

“Vamos por el lado norte hasta llegar al canal principal, un caño donde se une el agua salada y el agua dulce”, detalló Cruz.

Me tocó sentarme justo en el medio de la lancha. En la parte posterior iba Manuel Rey, quien iba manejando, y el fotoperiodista Jorge Ramírez. En la parte frontal estaban el comisionado y Yamil Pérez, ambos irían tras la presa tan pronto fuera identificada.

Poco a poco nos fuimos alejando de la orilla y dejándonos seducir por la brisa, la luz de la luna y una que otra estrella que lograba robar mi atención entre tanta claridad. Los caimanes acostumbran estar en los alrededores de la laguna, un área llana, sumamente pantanosa y cubierta de hierba de enea, elementos que no sólo hacen difícil llegar a la zona, sino que además proveen las condiciones perfectas para su reproducción.

La caza ocurre de noche porque es en este período que los caimanes salen en busca de comida. Su dieta es mayormente de peces, pero no se descarta que también se alimentan de aves acuáticas, como los patos.

Se estima que en la laguna Tortuguero habitan unos 500 caimanes que van desde bebés hasta adultos, de unos cinco pies y medio de largo.

A las 8:46 p.m., 11 minutos después de nuestra salida, ya habíamos detectado el primer caimán.  Para ser justa, realmente ellos lo identificaron. “Mira uno ahí, mira uno ahí, dale derecho”, le dice Cruz a Rey.

“Sin la linterna, ustedes no ven los ojos, ¿verdad? Díganme que no”, indagué. Mi insistencia era porque yo no lograba ubicar el animal.

Inmediatamente, Cruz se pone en pie. El área es sumamente bajita, probablemente unos dos pies, lo que limita el podernos acercar a la presa. Bajarse no es una posibilidad, quedaríamos atrapados debido a lo pantanoso del área, advirtió Cruz.   Nos acercamos con la esperanza de que atraparíamos un caimán en nuestro primer intento. Nada.

“¡Ayyyyyy, se fue… y estaba ahí!”, digo.

Continuamos alejándonos de la zona.  Desde la embarcación, Cruz y Pérez alumbran las áreas de hierba de enea en busca de dos bombillos, esos ojos particulares del caimán. “Vas a ver como cuando alumbras un gato de noche, así mismo se ven los ojos. Amarillos”, alertó el comisionado con la ilusión de que al final del recorrido yo pueda identificar esos ojitos sin mayor esfuerzo.

El plan era identificarlo gracias a la luz de la linterna, dirigirnos hacia el animal, apagar el spotlight cuando estuviéramos cerca, volverlo a encender y rogar por que se quedara quieto y no se fuera al fondo.

La conversación durante el recorrido no se detiene. Ya sabes, en medio de un escenario así, un habla de la vida, de la pasión que genera en nosotros la labor que realizamos y, no podía faltar, la serie “Moisés y los Diez Mandamientos” y como esa noche, justo cuando se supone cayera la última plaga sobre el pueblo egipcio, estábamos en medio de la laguna.

El tema de los caimanes surgió también.  Cruz nos contó que esta especie invasora llegó a Puerto Rico para la década de 1970 con la entrada a la Isla de las tiendas Woolworth, que vendían esta y otras variedades de animales. Como sigue ocurriendo hoy día con las especies exóticas en cautiverio, las personas la adquirían, y cuando el animal crecía demasiado, lo liberaban. Poco a poco se fueron reproduciendo y hoy día, habitan a través de toda la Isla.

A las 8:52 p.m. se avistó el segundo caimán. Se trató de otra falsa alarma. Así, sucesivamente, se observaron otros a las 8:58 p.m., a las 9:06 p.m., a las 9:13 p.m., a las 9:17 p.m., y a las 9:22 p.m.  El tiempo transcurría y no caía ninguno.

“Hoy tenemos muchos factores en contra”, dijo Cruz, en referencia a la luna llena y a la hora en que estábamos navegando.

Eran las 9:28 p.m. Cruz le dice a Rey que apague la luz de la linterna. Y finalmente cae uno. De inmediato, tomo una de las linternas en mi mano para alumbrar y que el fotoperiodista pudiera captar el momento en fotos y vídeo.

En medio de todo, intento tomar notas y observar cómo el pequeño y, hasta en cierto punto, indefenso animal intenta infructuosamente desafiar el lazo que es colocado en su cuello.

Se trata de un juvenil, de aproximadamente año y medio y de unos tres pies de largo. Los vigilantes le atan las patas y el hocico con cinta adhesiva. Son estas las partes más peligrosas, incluyendo el rabo. “Él mata con el rabo y atrapa con la boca”, comenta Cruz.

Una vez atado, lo colocan en un envase plástico color rojo que permanece en la parte posterior del bote. Él sigue moviéndose en clara oposición a sus captores hasta caer rendido.

“Ya yo estaba lista para irme en coca”, digo mientras nos alejábamos.

Seguimos nuestro camino. Para nosotros no había acabado. Teníamos la esperanza de que al menos caería otro ejemplar más, optimismo que poco a poco se fue desvaneciendo.

Ya eran las 9:49 p.m. Decidimos regresar.   En ese viaje de vuelta, nos lanzamos sobre otro caimán, pero, de nuevo, no resultó. Llegamos a la orilla, salí de la embarcación con sumo cuidado.   Nuestro trabajo prácticamente había culminado.

A los vigilantes les faltaba limpiar la embarcación y sacarla del lugar. Todos los reptiles que son capturados se suelen llevar al Centro de Confinamiento de Especies en Arecibo, donde permanecen para que los estudiantes que visiten el lugar tengan la oportunidad de verlos.

Cuando la población cautiva sobrepasa un número determinado, los sacrifican.

Quizás, lo ideal habría sido capturar varios ejemplares y, en mi caso, salir del lugar habiendo aprendido a identificar dónde hay un caimán sin la necesidad de que me alerten. Pero, para eso es necesario la experiencia que solo el conocimiento y los años de arduo trabajo otorgan.

Al final, valió la pena. Salir de la rutina, conocer uno de esos tantos tesoros naturales que nos regala nuestra isla, disfrutar de la brisa húmeda y de la luz de la luna llena. Un panorama que te deja con ganas de más, de regresar.

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