Por: George F. Ortiz, Ex – Supervisor, Angels/Pirates
La revista de ESPN dedico un escrito a la historia de nuestro Astro Boricua Roberto Clemente y yo quiero compartirla con ustedes los lectores de mi columna de este periódico.
ESPN comienza diciendo que Roberto Clemente jamás tuvo oportunidad de convertirse en atleta de la vieja escuela. Murió demasiado joven, a los 38, hace ya tanto tiempo que ha estado ausente más tiempo de lo que estuvo con nosotros. El hecho de que aún se le recuerda y venera más de cuatro décadas después de su fallecimiento es un testimonio de la forma en la que vivió, con pasión y orgullo, y el modo en que murió el 31 de diciembre de 1972, en un accidente aéreo, mientras prestaba ayuda humanitaria a Nicaragua, una nación destrozada por un terremoto.
Como El Santo patrón del béisbol latino, el primero en convertirse en miembro del Salón de la Fama, se ubica únicamente detrás de Jackie Robinson en la lista de jugadores cuya importancia sociológica trasciende el deporte, una posición que el Béisbol de las Grandes Ligas ahora reconoce cada año con el «Día de Roberto Clemente», que este año se iba a celebrar el 31 de mayo.
Sin embargo, Clemente no era un santo gentil, y su mitologización, si bien se ha hecho con buena intención, suaviza la escarpada realidad de su vida y época, y atenúa las importantes cuestiones que vehementemente planteó a mediados del siglo XX y que permanecen vigentes hoy en día, tanto en el béisbol como en la sociedad estadounidense.
Con el resurgimiento del nativismo en la política estadounidense este año, me hubiera gustado que Clemente estuviera presente para responder al candidato presidencial republicano Donald Trump y aquellos que promueven el miedo basado en la geografía, el idioma y la raza, y para enfrentarse a figuras del deporte que no saben nada al respecto, como Mike Tyson, Dennis Rodman, Bobby Knight y Mike Ditka, que se sienten atraídos por la bravuconería y arrogancia de Trump. A Clemente le encantaba ganar y nunca sufrió de baja autoestima, pero en muchos sentidos, su vida contrastó drásticamente con el egocéntrico mundo de las celebridades de la televisión de la actualidad, quienes pueden decir cualquier cosa. Su imperiosa lealtad no era hacia sí mismo, sino hacia la gente común. Fue una estrella que rechazó los símbolos de la celebridad y parecía más cómodo bromeando con los vendedores de sodas en las tribunas o los jíbaros, los agricultores de los terrenos accidentados de Puerto Rico, su isla natal.
Se sentía apasionadamente orgulloso de quién era y de dónde venía: un trabajador migratorio, que hacía peregrinajes anuales al norte al territorio continental para ganarse la vida, y miembro de la Reserva de la Marina de Guerra de los Estados Unidos quien, como todos sus compatriotas puertorriqueños, nació y creció como ciudadano estadounidense. Era un perfeccionista poco convencional con la sensibilidad de un artista, perfectamente sintonizado con cada dolor de su cuerpo, un hipocondríaco de seguro, pero aun así sumó más juegos que cualquier otro jugador en la historia de los Piratas de Pittsburgh y que constantemente trató de superar los estereotipos peyorativos del latino emotivo e informal. Fue un atleta cuyo estilo y belleza en el campo de juego no podría cuantificarse adecuadamente con estadísticas, y menos por el furor moderno de la analítica computarizada.
Ningún número o ecuación podría transmitir la emoción de ver a Clemente lanzar una pelota desde el fondo del campo derecho hasta la tercera base. Era un activista que se negaba a que lo trataran como ciudadano de segunda en el ambiente racista del Sur durante los entrenamientos de primavera y que luchó por encontrar su lugar en Pittsburgh, una ciudad norteña con población negra y grupos étnicos blancos de gran tradición, pero pocos latinos. Era el atleta excepcional que crecía como ser humano mientras disminuían sus talentos físicos, volviéndose cada vez menos defensivo y más abierto a las posibilidades e injusticias de este mundo, un humanitario cuyo compromiso hacia los demás lo llevó a una muerte trágica en la víspera de año nuevo de hace tantos años.
Era un hombre negro que expresaba su opinión en una segunda lengua, un pensador inteligente cuyas declaraciones eran presentadas con condescendencia en un inglés deficiente por periodistas deportivos estadounidenses que no sabían nada de español. Termina la hablando la Revista de ESPN en su escrito dedicado al embajador de PR, Honorable Roberto Clemente. Descanse en Paz.