Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
El asesinato de Francelis Ortíz nos ha afectado a todos. Pero sus familiares más cercanos, como su pequeña hija y su esposo, el Licenciado Fermín Arraiza Navas, deben estar viviendo un infierno. Ambos tuvieron que participar involuntariamente y sufrir los momentos inmediatos al crímen y meses después tienen que vivir con un temor lógico por tener que enfrentarse cara a cara con los criminales en el juicio.
Ayer, un valiente testigo se sintió intimidado por las miradas amenazantes de los acusados y se dirigió directamente a ellos para decirles que los iba a perseguir en esta u otras vidas. Las expresiones son impropias desde el punto de vista procesal penal porque en teoría, pueden afectar la mentalidad del juzgador o el jurado en sus determinaciones finales.
Los criminales son personas de poder. Solo saber que existen y que comparten de algún grado de esta sociedad puertorriqueña, nos causa desconfianza en nuestro diario vivir. Eso nos lleva a la prevención y a veces a la reacción. Como hemos sabido de tantas historias de terror y violencia, nos intimida de noche ver por los espejos retrovisores las luces de un vehículo coincidiendo insistentemente en nuestra ruta, porque nos imaginamos que nos va a asaltar o van a rociarnos con balas por equivocación. Con tanta niñez inocente e indefensa que se queda inerte, incapacitada o muerta por errores intencionales o casuales de los adultos, es natural que el resto de la sociedad estemos aprensivos, por costumbre y realidad.
Fermín Arraiza ha sido persistente en su planteamiento de que hay una mano detrás de los sicarios. Esta visión no es nueva. Ha ocurrido y se ha probado en el pasado, en distintas situaciones, asesinatos con autores intelectuales o personas que no han matado directamente, pero incidido en conducta promovente que causa una o más muertes. Y de esos ha habido en el ámbito privado, como en el gubernamental. Si quieren ejemplos, les puedo recordar los asesinatos en el Cerro Maravilla, el de Luis Vigoreaux o el reciente de un comerciante por su esposa. Hay más, muchos más. Resueltos, nunca resueltos y por resolver.
La vida de Fermín Arraiza Navas no puede ser fácil. No me lo imagino tratando, cada día, de mantener equilibrio emocional a pesar de su gran inteligencia personal, sus logros precisamente en el mundo complicado del derecho como un abogado de excelencia. Perdió una parte de su vida y vivirá atemorizado el resto de la que le quede, por su propia seguridad, por la de su hija y la del resto de la sociedad.
Lo que dijo en corte parece unas expresiones motivados por la emoción, pero están muy llenas de realidad. Es una oportunidad para todos entenderlo. «Mírame», le dijo como una órden pidiéndoles contacto directo a sus ojos, advirtiéndoles que no les tiene temor y que sabe algo que debe interesarles. «Porque te voy a perseguir en esta vida y en cualquier otra», sentenció Arraiza. Un dolor interminable que atisba una continuidad más allá de la existencia tangible y perceptible y que reafirma cuando dice que «yo la lloro todos los días». Pero el dolor que ellos estarán obligados a compartir de alguna manera, como consecuencia de sus acciones.
Su padre, Fermín Arraiza Miranda, fue abogado también de excelencia, muy respetado y querido mientras ejerció la profesión. Como líder independentista de gran prominencia, fue perseguido por las autoridades federales y estatales. Pero como su hijo ha expresado sobre su esposa, «Fito» pudo percatarse de que lo seguían a cada lugar que iba.
Al final decidió una vida más discreta, pero lo que muchos decían que era una obsesión de que lo perseguían o paranoia, resultó una verdad absoluta no solo para él, sino para muchos otros puertorriqueños, incluyendo a mi propio padre y a mi, que nunca tuvimos la trascendencia e importancia de las actuaciones de Fermín padre por lo que entendía que era su misión dentro del independentismo.
De esas odiosas prácticas gubernamentales nació el Fiscal Especial Independiente, el Caso de las Carpetas y bajo el gobierno de Rosselló, una ley aceptando el daño que le hicieron los gobernantes a la sociedad civil. Los efectos nunca han sido compensados adecuadamente, porque mucha discriminación afectó la salud y el desempeño de oportunidades de vida para los afectados.
De la misma manera, Arraiza Navas ha hecho una seria acusación que el Secretario de Justicia ha descartado, igual que los anteriores secretarios descartaron o justificaron los abusadores del poder que posteriormente fueron convictos, desaforados de su profesión de abogado o destituídos del Departamento de Justicia o de la Policía de Puerto Rico. Otros pagaron su desviación con la privación de la libertad y hasta con su eventual asesinato, como Alejandro González Malavé. Pero viniendo de un Secretario de Justicia cuya incompetencia es de todos conocida, pudiéramos sospechar que lo que ha dicho Arraiza es algo más que una creencia basada en la emoción y más una realidad que también quiere ser encubierta.
Me atrevería a sugerir, con el respeto que se merecen la Familia Arraiza, que son reconocidamente independentistas y desconfían con razón del poder de Estados Unidos de América, que de alguna manera pusieran lo que conocen en la fiscalía federal, donde algunos buenos puertorriqueños atienden asuntos que no progresan en nuestra esfera estatal. Lo que abunda, no daña.
Los que estamos mirando en la distancia, admiramos valientes como los Fermines de la vida que dicen lo que piensan en cualquier foro, a riesgo del odio irracional de algunos o de la sanción institucional de otros.