Julio Meléndez (1924)
por Adrian Santos Tirado
(Escrito para Vega Baja, su historia y su cultura, 1987)
Mister Meléndez, le llaman familiarmente sus discípulos y amigos. Es, tal vez, el más célebre de nuestros escritores vegabajeños, tanto por sus sabias lecciones en las clases de español y literatura que ha impartido en este pueblo en el nivel secundario y colegial por más de 40 años, como por su variada y rica producción literaria. Su obra más lograda en este campo la encontramos en el cuento y la novela, aunque de su incansable inquietud creadora nos ha dejado, hasta el momento, una variada producción en otros géneros, como el teatro, la poesía, el ensayo y la música.
Su participación en el desarrollo de la vida intelectual vegabajeña de los últimos 40 años se puede considerar decisiva. Su profundo conocimiento, dominio de la literatura española, hispanoamericana y puertorriqueña, y su formación humanística han contribuido siempre a convertir, sin proponérselo, su salón de clases en centro cultural, ¡y hasta su casa! en pequeño y animado ateneo de la localidad.
De toda su obra- donde en diversos géneros literarios se le pueden anotar numerosos aciertos- es en el cuento donde, a nuestro parecer, consigue logros indiscutibles comparables con la mejor producción a nivel de la Isla y del exterior. Estamos seguros que, de no haber sido Julio Meléndez tan poco dado a la publicidad y a retener inédita en sus archivos gran parte de su obra literaria, la misma ocuparía hoy un lugar mejor privilegiado en nuestra literatura insular, e inclusive, hispanoamericana.
Su libro El telar de las sombras (1970), reúne, a nuestro entender, sus mejores cuentos, donde, indudablemente, encabeza estas narraciones el cuento de carácter antológico “El descenso”. Este es un cuento donde se advierte el magistral manejo de todos los recursos que llevan al logro de una buena pieza en este género: desde la economía del tiempo- espacio, figuras poéticas, manejo del tiempo interior o sicológico, y la retrospección, entre otros.
Además, hay en este libro varios cuentos por los que sentimos especial preferencia, no sólo por su excelencia, sino por el ambiente de “realismo mágico” que los envuelve, tan en boga después de aparecer Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez. Por ejemplo: en “El alcalde de Paguayo”, y “El acto de confesión”, nos encontramos con la creación de ese lugar o pueblo imaginario, fantástico, surrealista; ecos y reflejos del Macondo garciamarquiano. En el cuento “El acto de confesión”, el protagonista, atacado por “una extraña dolencia (que) lo fulminó como a una hoja”, se negaba a morir: “Ya nadie se acordaba en Paguayo, desde cuándo había caído postrado”… “A los sesenta días de postración, ya nadie rezaba ni lloraba en casa del enfermo. El hedor convivía con todos los vecinos como un allegado cualquiera. Todas las mañanas era raspado de los muebles y anaqueles y quemado con la demás basura. Era como un hongo verde y descompuesto que caía sutilmente sobre todo el pueblo de Paguayo. Pero nadie protestaba.”
Veamos el poder sugestivo que hay en este otro párrafo en el cuento “El alcalde de Paguayo”: “La noche crujió entre los huesos de Manuel. Un vaho de silente martilló sobre sus ojos. Y el sueño lo arrastró más allá del llano. Ya la mujer flotaba bajo la sábana oxidada de la cama.”
El sagaz crítico literario, profesor Eliécer Narváez Santos, nos dice sobre la obra novelística, cuentística y poética de Julio Meléndez: “Siempre se destaca el excelente narrador, el que tiene un dominio técnico del género; y posee una gran capacidad para la inventiva de asuntos y de situaciones, a veces insólitas; quien tiene la capacidad para valerse de los recursos expresivos que pone nuestra lengua a su disposición; un autor con una gran experiencia vital, y que sabe usar diligentemente.”
Otras obras de Julio Meléndez son: La Carne Indócil (1964) (Cuentos); Literatura Vegabajeña (1967) (antología poética); El buitre y la carroña (1969) (novela); La noche de Caín (19?) (teatro); Maldita Tierra (1989) (novela); y, A las afueras del tiempo (1995) (cuentos).
Tiene inéditos varios tomos de poesía: Caminario mudo, Sonetos deshilvanados y Poemas de las contemplatividades. Taíno, uno de los periódicos de más larga duración en este pueblo, le tuvo como su editorialista. Editó y dirigió el mensuario El Petardo, “constituido en órgano de vigilancia cívica… ha defendido puntos positivos en el quehacer Vegabajeño.”
Posee una Maestría en Artes y Español de la Universidad de Puerto Rico, 1962.
La soledad del agua
El agua ya ha escogido su pureza
y afinado sutil su transparencia,
para no presentar otra apariencia
que no sea su propia sutileza.
Ya en cristal ha pulido su fineza
al cruzar sobre el éter su presencia.
Y ha rendido toda su disolvencia
para mostrar intacta su grandeza.
Si del agua entendiera lo infinito
que sosiega la sed apresurada,
emprendiera mi voz otra jornada.
Y ya no fuera voz. Fuera ya un grito
resonando con fuerza en la remota
soledad que penetra en cada gota.
Viviré así en ti
No sabrá el agua de la sed que tengo
ni temblará el camino con mis pasos,
pasarán sólo mis huellas solitarias,
yo seguiré atrás descalzo…
Me arrimaré a tus labios como un sueño
y en tu sueño no seré más que una sombra.
Los soles apagados
me ofrendarán su lumbre,
y mis ojos temblarán si alguien te nombra.
Sembraré de cal el trillo seco
y la yerba se hundirá bajo el guijarro,
habrá un eco repetido siempre,
habrá siempre una espera entre mis manos.
Y yo intangible en el recuerdo,
como lanza de fugada esencia,
seré en tu boca una queja muda
y en tu cerebro una duda incierta.
Yo pasaré imperceptible
hecho polen sin presencia,
tal vez hecho esporas en tu aliento,
tal vez hecho brisa sin empeño.
Pero siempre presente en lo infinito
sin que aciertes a sentirme,
sin que pueda saber si es que me sientes.
Llevaré el crucifijo a cuesta larga
y besaré las piedras aún calientes.
Tu quedarás como el rocío
que no siente el cierzo que lo besa,
que pueda habitar sobre la espina
igual que sobre un pétalo.
Pero no escucharás el nervio de mi pulso
ni el trémulo inseguro de mis pasos,
pasarán sólo mis huellas solitarias,
yo seguiré atrás descalzo.
