Cuando era chiquito| La Tienda de Discos

Thomas Jimmy Rosario Martinez (1)Por Thomas Jimmy Rosario Martínez DVPR

Uno de los recuerdos más hermosos que tengo en mi vida es la música. Y es así ya que me crié en una tienda de discos, propiedad de mis padres. Creo que esta comenzó a finales de la década de 1950 y se extendió por tres décadas, hasta que la industria del disco cayó y en Fotografía Rosario dejamos de venderlos.

Tengo muchos recuerdos de esta tienda, que se diversificó de distintas maneras. La tienda se originó de dos fuentes, una, la promoción que hizo la Tienda El Encanto de Julio Pérez Muñíz y Blanca Sotomayor, para que por cada tocadisco que se comprara se le regalaría un disco de nuestro negocio. Otro, un inventario que compró mi padre a una tienda que abrió y fracasó de un amigo de la familia.

La primera canción que escuché en mi vida fue el cántico religioso de «Alegría, Alegría» en unas Navidades, en donde residíamos, en la Calle Manuel Padilla Dávila. Parece que un grupo, posiblemente de la Iglesia Católica que nos quedaba cerca, pasaron cantándola y yo me desperté. Nunca he podido olvidar esa canción que luego me cantaban a mí, vestido de San José, con Ivette Collazo como la Vírgen María, en una recreación de cuando…»Hacia Belén se encamina, Maria con su amante esposo, llevando en su compañía, a todo un Dios poderoso…» Al paso de los años,  Ivette (Bessie) se casó con mi tío y su hijo es mi primo-hermano. Cosas de la vida.

Estar en una tienda de discos y vivir en la trastienda era una ventaja para desarrollar el gusto por la música. Pero luego mi padre produjo espectáculos y hasta retrató artistas y compositores para carátulas de discos, que es parte del tesoro que tenemos en la Fototeca Jimmy Rosario. Aparte de eso, muchos artistas venían a la tienda y algunos vendedores, luego se hicieron famosos como Pablo Aponte, de Distribuidora Nacional de Discos y Disco Hit y el fundador del Trío Los Andinos, Ramoncito Rodríguez. Tambien estuvieron entre otros, Lizzete, Chucho, Juan Carlos (Guitarrista), La Lloroncita, Davilita y muchos más. En una ocasión vino Enrique Guzmán, cuando estaba en el cénit de su fama.

En una ocasión mi padre compró una máquina de grabar discos y preparó una cabina a prueba de sonido y llegó a hacer algunas grabaciones que algún día aparecerán. Tambien operaba la Publicidad Rosario, la Vega Baja y otra cuyo nombre se me pierde en la memoria.

En la tienda de discos, se vendían distintos formatos de discos. Había uno de 78 revoluciones, otro de 45 revoluciones y el de 33 revoluciones. Llegué a ver discos de 16 revoluciones pero no creo que se vendieran, aunque los tocadiscos de antes proveían para esa velocidad. Posteriormente vino el four-track y el eight track, que ya no eran en vinilo sino en cinta magnética y finalmente el casete.

La mayor parte de las velloneras eran  para discos de 45 revoluciones con un número al anverso y el otro al reverso. Nosotros le hacíamos en maquinilla el cartoncito para ponerla en el selector de la máquina con el nombre del lado A en la parte de arriba, el nombre del cantante o grupo en el medio y el lado B abajo. Entonces las velloneras, eran de verdad a cinco centavos. Los cuentos de borrachos tocando canciones repetidamente se los hago otro día.

Recuerdo que la música que más vendía en esa primera etapa entre los años cincuenta y los sesenta eran los de la marca Marvela, como el Dúo Pérez Rodríguez (Maria Esther Pérez y Felipe Rodríguez) , Felipe Rodríguez, Rafael Muñoz y luego Jose Luis Moneró, Billy Vaugh, Trío Vegabajeño y otros, como el Trío Los Panchos. En Navidades, Cantares de Navidad se convirtió en un clásico.

Los que más nos compraban eran los dueños de bares, porque en cada vellonera tenían que tener los últimos hits, que se escuchaban generalmente en la estación de WKBM Radio.

Mi madre Yuya cantaba y hacía imitaciones en las fiestas y reuniones familiares y de amistades. Todavía, a sus casi ochenta años, cuando viene su hermana Julia de Estados Unidos montan un dúo y cantan muchas de esas canciones bonitas del ayer, que en los años cuarenta aprendieron en la Calle Baldorioty donde residían.

«La Casa de los Discos», como mi padre le llamaba, fue un puente musical para perpetuar el recuerdo de las composiciones musicales, notas y poesía, que los vegabajeños atesoraban en sus casas y comercios. Una grabación es como un documento histórico, que podría reflejar el temperamento y la sensibilidad del que escucha la letra y disfruta de la música así como también puede definir el gusto de una generación. Hoy día la música es difícil de retener en la memoria y en donde se encuentra físicamente, pues ya es algo más etéreo.

Para mi tiempo de niño, había una extraña preferencia por las canciones trágicas y para  tratar de analizar los sentimientos de una manera pasional. Creo que con el desarrollo de la sicología y las pastillas para combatir la depresión hay muchas controversias de la persona que se han resuelto, pero que antes ocasionaban cantar el desamor, el engaño y la traición que estaban en esas viejas canciones.

El amor en la canción, por otra parte, era obsesivo e incondicional lo que podría llegar hasta la enfermedad o la muerte. Como la vida transcurría lentamente por la ausencia de medios de comunicación y recreación como los conocemos en esta época, las pasiones duraban semanas, meses, años y en ocasiones, toda la vida.

Las canciones, en ocasiones, era el aliciente para el masoquista. El que lo era, repetía y se aprendía de memoria la canción del dolor para sufrirla y hacerla suya. El enamorado buscaba aquella letra le permitiera llevar su mensaje bonito. Los que les gustaba lo picante, repetían las letras de doble sentido de algunas selecciones.

Había para todos los gustos.

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