La notita de Mami para la tormenta

Thomas Jimmy Rosario Martínez 2013JIMMY Y YUYA (2)

Por Thomas Jimmy Rosario Martínez DVPR

Mi madre Carmen O. Martínez González, a quienes todos conocen por Yuya, ya no sale a hacer las compras al Supermercado. Hace años soy el bateador emergente de los elementos que junta todos los días para sus exquisitos manjares, porque a casi 80 años todavía cocina .

Como alguien tiene que hacer de mensajero para que se dé esa interesante interacción entre el fogón y el plato de alimentos, me tocó a mí tener ese privilegio de asistente de cocinero. De paso, también hago labores de enfermero, chófer y hasta empleado de mantenimiento, cuando sea necesario o útil, de lo que me siento muy felíz.

Tan pronto como se anunció a Chantal, mi padre se activó en la parte de protección de vidas y propiedades y mi madre en hacer la lista de cosas a comprar para sobrevivir la emergencia que hubiere.

Esta vez no me puso los ingredientes del sofrito que prepara. La cebolla, recao, ajos pelados y los pimientos no aparecieron en la lista ordinaria de la semana. Lo que tenía era leche Carnation, chocolate en barras y latería, con especialidad en salchichas y otras cosas que no requieren refrigeración ni mucho cuido.

Ha medida que el tiempo pasa y uno se percata que va cambiando la vida de ella, también cambia la mía. Ella pasó la época del hambre durante la Segunda Guerra Mundial y todavía tiene muchas costumbres de esa niñez de privaciones y de pobreza social en todos los niveles. En cierta manera fue más afortunada que otros, pero no más afortunada que sus hijos, en ese sentido.

Pienso que por eso, en el aspecto de la alimentación, nunca hubo limitaciones en mi hogar. Muchos de mis parientes y amigos se alimentaban de lo que sus manos hacían y como el milagro de los panes y los peces, la comida se reproducía hasta para vecinos y amigos y aun sobraba para que animales se engordaran con los sobrantes. De broma, decíamos que el comedor era «La Fonda de Yuya». Lo único distinto, es que no se cobraba.

Cuando comencé como abogado en 1977, algunos clientes que no podían pagar por mis servicios lo hacían voluntariamente con huevos, plátanos, guineos, con cenas de Navidad y hasta con cabritos y lechones. Toda materia prima la entregaba a mi madre para que la procesara en su fábrica de vida. Era como un socialismo familiar que nos ha mantenido unidos siempre.

Tengo dos hermanas, Flor Rubí, que es farmacéutica y Jossie, que es asistente de farmacia y que ha sido maestra, paralegal, secretaria y administradora. Ambas se reparten las tareas para mantener a mi madre viva y felíz y yo mantengo ocupado y activo a mi padre, que ya tiene 84 años. Algunos de los nietos, especialmente los que viven en Puerto Rico, nos ayudan a mantener el ánimo y aportan al entorno familiar. El trato a cada uno de ellos es diferente, porque a pesar del amor y lealtad entre ellos, nosotros sabemos que son diferentes y necesitan consideraciones especializadas cada cual.

No sé cómo hemos llegado juntos y en acuerdo los cinco de la Familia Rosario-Martínez, cuando la familia extendida de cada uno de nosotros tres ya cuenta con nietos y bisnietos. En algunos, ya se pierden los apellidos originales. Tampoco sé cómo nuestro interés por nuestra propia descendencia no ha  roto los vínculos frecuentes entre nosotros.

No sé si la notita de mami encierra unos secretos mágicos que desde los sabores y olores de la cocina, que es la esencia del uso y la costumbre,  nos une.  Seguiré analizándolas aunque posiblemente mi propia vida no sea suficiente para averiguarlo. Como escribió Blas Pascal, «hay cosas del corazón que la razón no entiende».

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