Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
El orgullo, según lo define la Real Academia de la Lengua, es una palabra que implica una acción negativa. «Son orgullosos», se les dice a las personas opulentas, de buena apariencia o cuerpo o hasta de intelectualidad aparente que viven en el aire tratando de sacar ventaja social de los demás con sus atributos naturales o ganados con el tiempo.
Lo que llamamos orgullo vegabajeño no tiene que ver con eso. Nace de nuestro sentido de pertenencia, de lo que nos permite asociarnos mentalmente en la música, política, artes, ciencias, deportes y todo el resto de la actividad humana y que nos vincula con nuestro lugar de nacimiento o de vida. Nos ata a personas, fauna, flora, eventos, lugares y hasta espacios virtuales.
El orgullo vegabajeño nace del amor, no de la codicia ni de la prepotencia. No tenemos frases como «Ponce es Ponce y lo demás es parking», «la Ciudad Señorial» , » de cuna de oro» , «de alta alcurnia», «gente de la losa» «gente pof pof» o la más temible: «son come eme». El cognomento que nos han dado nuestros antepasados es sencillo y dulzón, somos el pueblo del melao melao.
Ser vegabajeño o vegabajeñista es reconocer que hay un mundo en común, personas afines y gustos similares. No tenemos que ser deportistas para reconocer a Iván Rodríguez y a Igor González y querer conocerlos y compartir con ellos o aun en la distancia, pensar que sus triunfos son nuestros triunfos. No tenemos que ser salseros para que recordemos a las orquestas pioneras de Vega Baja o a nuestro compositor Edwin Crespo tirando corcheas y notas en un pentagrama para producir canciones famosas como «Jubileo 20» de la Sonora Ponceña. No tenemos que estar de acuerdo con los pensamientos socialistas de Alejandro Torres Rivera para reconocer sus virtudes de líder puertorriqueño de distintas causas políticas, educativas y laborales o concordar con el Dr. Víctor Ramos con sus críticas a los médicos que le precedieron en la Presidencia del Colegio de Médicos para reconocer su grandeza en la escalada social de nobles metas.
No tenemos que aceptar todas las cualidades de las personas que hacen algo y lo vinculan a nuestra ciudad. Pero seremos afines siempre con ellos y con todo lo que nos da ese espacio de identificación mutua, de gente que aunque esté en la cúspide, mira hacia abajo con la experiencia de la ternura paternal, maternal o como hijo o hermano.
El orgullo vegabajeño tiene una definición única, pues no hay más vegabajeño en el mundo que lo que cocinamos los que nos atamos a Vega Baja, Puerto Rico.
Lo que yo entiendo de todo esto es que es un sentimiento que se basa en la historia de nuestra ciudad, de las luchas que han dado los nuestros por hacer una espacio de orígen, partida y regreso para las vidas propias y familiares, donde retorna nuestra mente continuamente en forma de bienestar o añoranza. Para los que nos preocupamos por todo y por todos, es un mundo virtual de más socios vegabajeños que residentes de Vega Baja. El orgullo vegabajeño es la reflexión, el dínamo que nos pone a seguir pensando en todo lo que podemos seguir haciendo con una inspiración hermosa y exclusiva pero que nos permite ser inclusivos, porque alberga a todos.
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