Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
Anoche fui invitado a una boda de una pareja que decidió casarse después de treinta y tres años de relación. Su amor nació de un encuentro coincidental que se repitió en una fiesta de San Valentín. La rutina se convirtió en desafío para reinventarse continuamente para no caer en la frustración que causa la imposibilidad de ir al más sagrado y anhelado paso que es el matrimonio.
Vi una boda perfecta. Gente que conozco de toda la vida, sus familiares, amigos. La presencia de los novios con fino gusto por todos los detalles. Alegría por doquier. Un ambiente lleno de amor en todos los que estábamos allí.
Siempre buscando las experiencias educativas de la vida, reflexioné sobre el amor. Esta sensación no llega cuando uno empieza a fijarse en otra persona, sino que se forja desde la concepción, la niñez y la juventud. Es generalmente reflejo de la manera en que uno ha sido educado y amado previamente por los seres que le rodean y por la cantidad y calidad de las afecciones.
La ciencia ha confirmado que los ojos son la ventana de la mente. De hecho, están conectados al cerebro directamente. Herman Melville, el autor de «Moby Dick» dijo que son las ventanas del camino o la pasarela del alma, lo que se ha convertido en refranes particulares como el de que «los ojos son las ventanas del alma». Con los ojos observamos el mundo, pero es también un vehículo de comunicación entre dos personas para encontrar el amor. De hecho, entre personas que tenemos la visión, la mirada penetrante es la antesala del interés por la persona y cuando esa mirada es reciprocada, hay la esperanza de cimentar una relación amorosa. El amor, pues, comienza en la mente, en el plano virtual del ser humano.
Es también la costumbre de mirar a la otra persona cuando se agradece la fidelidad y se hacen promesas de amor, como ayer ocurrió en el Celebrity Hall de Barceloneta entre la pareja que se casó ante la motivacionista Lily García. Los ojos, cuando producen una mirada fija, son un detector de la verdad de lo que se guarda adentro. Los novios se miraron, se cantaron, hablaron de los tres hijos que cuidan, que son tres gatos, de cómo nació el amor y de que unieron su sangre en una laminilla al principio como promesa de su unión. La creatividad y el deseo de perpetuidad estaba obviamente en ambos, por lo que Lily les dijo que más que una boda, era una renovación de votos.
Esta madrugada pensaba en el amor perfecto. Vi anoche lo más cercano que he visto a esto en dos personas bienintencionadas, fieles, de buen carácter y alegres que deciden unirse para el resto de su vida o para la vejez, como expresó uno de ellos. Le dije a las compañeras de la Escuela de la Historia Vegabajeña que estaban allí que escribiría sobre esta boda, porque era excepcional y hasta ejemplar. ¿No lo es?