Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
El puertorriqueñismo como el vegabajeñismo son dos fuerzas emocionales. Ambas son creadas por el sentimiento, que yace en el espacio virtual de nuestras más recónditos valores internos. Y nacen de la experiencia con nuestra gente y nuestro ambiente.
Eso hace posible que personas como Mónica Puig y Vanessa García alteren nuestras vidas individuales y colectivas, las reconozcamos y las queramos acompañar con nuestros mejores pensamientos, oraciones y rezos. Ambos ismos son esenciales para la supervivencia del ser humano porque nos permiten el otro sentimiento, que es la esperanza.
Mónica pertenece a una nación deportiva que es menor que la de sus rivales en esta competencia. El solo ejemplo de Alemania, que es milenaria, poderosa económicamente y que puso al mundo al borde del colapso en varias instancias de la historia, tenía nada menos que a una espigada y alta competidora que es aun la segunda tenista reconocida del mundo en la asociación mundial de tenis. Si nuestra David venció a la Goliath con menos estatura, ¿quien es la reina ahora? ¿quién debe ser la primer tenista del mundo? La nuestra, desde luego. O por lo menos, ponerla al lado de la primera reconocida, que es una de las Williams. Lo que pasa es que el olimpismo donde la nuestra derrotó a todas no cuenta para los ratings de las que ganan dinero. Pero del podio va la nuestra a regresar a esa liga y a seguir enorgulleciéndonos con sus triunfos en el mundo secular y pecaminoso de la raqueta, malla y bola.
Vanessa no logró esta vez competir contra 21 nadadoras de todo el mundo luego del calentamento eliminatorio. Pero superó a otras 66 de todo el mundo y eso es también un hito celebrable. Durante su vida deportiva ha mantenido el mote de Sirena de Puerto Rico, ha llegado a la cualificación y la calificación, demostrado ética y responsabilidad en su desempeño y en su afán de superación y ha seguido en el tope de las puertorriqueñas, rompiendo la marca nacional.
Con estos dos ejemplos, al menos una sonrisa causan. Pero bajaron lágrimas de muchos de nuestros ojos y al día siguiente, que es hoy, luego de tantas reflexiones, surge una satisfacción vegabajeña y puertorriqueña relacionada con dónde esta nuestro corazón y nuestra mente.
El efecto inmediato de esos ejemplos es que las barreras mentales se caen. En el ámbito deportivo ya sabíamos con Pachín Vicens y con Barea que la estatura no es un requisito indispensable para ser un jugador de baloncesto como no lo es para ganar una medalla de oro en tenis o cualquier deporte. En la economía nos acabamos de enterar que a veces las inversiones económicas en el deporte transforman la mentalidad colectiva de un pueblo saturado y deprimido en alegría y esperanza. Nos enseña además en el ámbito político que los puertorriqueños podemos lograr que los americanos acepten la estadidad o el mundo la independencia, que no es como nos dicen los metemiedos y cobardes que a los puertorriqueños no nos quieren o que no podemos soñar con ser primeros en todo.
La gran lección es que los vegabajeños y los puertorriqueños no podemos esperar que nadie que no seamos nosotros, nos indiquen el camino, porque nadie va a poner nuestra metas por nosotros con el cariño y esfuerzo que saldrá de nuestro interior. Somos suficientemente inteligentes e independientes para ser los que caminemos al frente, en la ruta correcta, con un dedo señalando de día y con una antorcha de noche, como Machado, haciendo el camino al andar.