Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
La Padilla vuelve a estar en el candelero. Pero no porque haya dejado de ser el simbolismo educativo que nuestro primer plantel representa. Ni por sus maestros, ni sus estudiantes, sino por la mano siniestra del oportunismo de algunos.
A alguien se le ocurrió que para conseguir propósitos, había que tumbar una pared. Y después que la tumbaron, el Instituto de Cultura paró la obra. A ese alguien se le olvidó que en los edificios antiguos, y ese se construyó hace más de un siglo, no se puede destruir aunque sea para construir.
Sigue habiendo gente insensible y con propósitos de lucimiento a costa de nuestro patrimonio histórico. Ellos ven el fin y no les importa un carajo el medio. Perdonen la palabra. Estoy indignado, triste y abochornado de que cosas como esa sigan ocurriendo en mi ciudad, soy humano y débil cuando se trata el tema de la conservación de la cultura.
Hay que señalar culpables. Si fue un ingeniero, un arquitecto, una compañía de construcción, el alcalde, la legislatura municipal o un director escolar que haya hecho esta determinación, hay que procesarlos en las instituciones fiscalizadores y hasta en la opinión pública.
Ya es tiempo de dejar de decir que es mejor pedir perdón que pedir permiso. La impunidad contra la cultura es un retroceso social y un atentado contra el futuro. No podemos ser más licenciosos porque en el mañana no nos va a quedar nada. Tal vez, ni siquiera el recuerdo.