Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
Aunque nos estemos levantando a las seis de la mañana y para nuestra realidad ese es el comienzo del día, oficialmente ya hemos vivido una cuarta parte de las veinticuatro horas que nos corresponden. Y aunque esa es la hora «oficial» para nuestra percepción, hay otras veinticuatro horas con sus variantes de minutos en todo el mundo.
El tiempo, es pues, aparente. Nos sirve de punto de referencia para realizar nuestra actividad diaria en un lugar específico, pero es distinto de persona a persona, de nación a nación, de hemisferio a hemisferio, aun cuando realicemos nuestras actividades simultáneamente.
Cuando historiamos, tambien lo hacemos teniendo en cuenta la imposibilidad de la perfección temporal. Sabemos que ocurrieron hechos y establecemos fechas y hasta períodos, pero en realidad, hay equívocos frecuentes al precisar el tiempo. Y esto ocurre más en la prehistoria que la historia porque el calendario y los registros del presente nos permiten documentar el pasado más reciente que lo que antes se hacía, ventaja que hay sobre la prehistoria, que se calcula de otra manera, generalmente con pruebas científicas.
Ni siquiera Cristo nació o murió en el año primero de nuestra era, de acuerdo a los cálculos matemáticos, pero nos dejó toda una filosofía respecto al aprecio, uso y percepción del tiempo.
A los que nos queda menos tiempo, lo tenemos que emplear sabiamente. Debemos aprender las lecciones de la vida para vivir más tiempo y mejor.