Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
Mi padre, que es más viejo que el Papa Francisco, lo ha seguido desde que llegó a Cuba hasta que hace unos momentos se fue de Estados Unidos. Pegado a CNN, tomó con su Nikon cada paso y lo publicó en su cuenta de Facebook.
Admirador de los grandes personajes de la historia, muchos de los cuales los conoce por las crónicas y otros por su conocimiento personal y el lente de su cámara, Jimmy Rosario es un fanático del que representa la cabeza de la Iglesia Católica, como lo somos nosotros, porque nos parece una persona excepcional, modelo para nuestros tiempos y con una oferta de vida para todos, seamos o no católicos.
Pero en la parte humana lo que más nos sorprende es su energía. Se llevó la sonrisa que trajo, pero al irse no dió traspiés en las escalones del avión, símbolo de su cuidado con ser mejor que primero. Ha sembrado mucho amor a todos, en especial a los menoscabados de la humanidad y los niños. Sus veintiséis mensajes escritos y los tantos discursos e intervenciones improvisadas demuestran una capacidad intelectual profunda, una entrega al trabajo de evangelizador y un vínculo con el mundo, más allá de la religión católica. Siempre lo vimos concentrado, enfocado en su gestión, una cualidad más allá de lo tolerable en una agenda tan complicada.
Yo creo que hemos presenciado el principio de muchas buenas noticias. Su visita ha sido una bendición. Pero la más importante es que ya sabemos que el verdadero Superman no vino de Kryptón, sino de Argentina. Su nombre público es Papa Francisco y su identidad secreta es Jorge Mario Bergoglio.
