Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
Anoche viví uno de los mejores momentos de mi vida.
En la preparación académica que he tenido pasé por varios procesos largos de estudio, conocimiento y práctica. Mis trabajos en la Corporación de Crédito Agrícola, Biblioteca de Derecho de la Universidad interamericana, como Asistente de Investigaciones del Curso de Historia del Derecho Puertorriqueño, asesor de Senado, Cámara de Representantes y las dos ramas del Gobierno Municipal de Vega Baja requirieron horas extensas al igual que mi servicio legal privado en todos los tribunales de Puerto Rico y el sistema federal. Pero ninguno me causó mayor satisfacción que haber participado en el diseño y ejecución del Programa del Curso Básico de Historia Vegabajeña. Anoche concluímos ese primer ciclo.
La jornada la comenzamos en diciembre de 2013. Anteriormente hacíamos nuestros trabajos escritos y ayudábamos a las instituciones gubernamentales, personas y entidades privadas a preparar actividades que propendieran a cultivar la historia vegabajeña. Esa parte de mi vida la llevo por tradición, motivado por mi padre y por afición, habiendo cursado estudios formales en esa rama de las humanidades.
El proceso de crear un curso fue preparado bajo la orientación de varios educadores principalmente para establecer la estrategia de la enseñanza. Los que conocíamos los temas, comenzamos a repasarlos y aprender cosas nuevas para ofrecer lo mejor que podíamos en donde la base de las estructuras para un punto de partida era cero. En el ejercicio, nos dimos cuenta que teníamos que eliminar o modificar la manera de compartir el conocimiento, los horarios, la cantidad de material y la experiencia de ver, oir, palpar y hasta compartir la información, los objetos, los lugares y las ideas.
Cuando ya uno cree que tiene todo cuadrado, que empieza con todo el proceso, todo se torna más interesante, porque no contaba con la respuesta de los educandos. Esta clase es de pocos estudiantes, pero heterogénea y de una calidad humana de excelencia. Distintas edades, niveles educativos, sexos y preferencias sexuales, ocupaciones y profesiones, orígenes lejanos y cercanos, pobrezas y riquezas. Pero todos cumplían y lo demostraron en el camino, que tenían el único requisito que impusimos, que era el interés por conocer la historia de Vega Baja. Ese interés desde mucho antes de antes se había convertido en misión.
La fórmula exitosa es esa. La fuerza del vegabajeñismo triunfó. El resultado es que tenemos más de doce apóstoles contando las buenas nuevas de una historia que no es aburrida, que de conocerla aun someramente traspasa la distancia de las barreras del tiempo para verla cercana, que nos hace orgullosos a todos de ostentar el gentilicio de vegabajeños y que ahora nos permite mirar con una perspectiva del futuro porque sabemos de donde venimos.
Hemos compartido la herramienta del estudio y análisis de nuestro pasado. Pero la experiencia de vida, con esa gente maravillosa, es aun más grande.