Agradezco la oportunidad de poder dirigirme a ustedes en esta mañana sobre un tema tan importante para la sociedad como lo es el matrimonio y reconozco la valentía de todos los que se dieron cita hoy aquí para defender la dignidad de la familia. Hoy no venimos a manifestarnos contra nadie.
Estamos aquí para recordar a todos los puertorriqueños que no hace falta ser creyente para darse cuenta que es en la entrega entre un hombre y una mujer donde nacen las nuevas vidas, con las que se origina la sociedad. El cuerpo del hombre y de la mujer lleva en su misma naturaleza la complementariedad del uno y del otro, el lenguaje que habla de su capacidad de entregarse.
Estamos aquí hoy para reafirmar que el matrimonio entre un hombre y una mujer no nace con una u otra iglesia, ni con una u otra cultura, sino que es parte de la naturaleza misma del ser humano, de la naturaleza sexuada de la especie humana. El ser hombre o ser mujer no es solamente un dato cultural, como ahora se quiere afirmar con la ideología de la perspectiva de géneros, sino que es parte de lo que somos e impregna cada célula de nuestro cuerpo. Innumerables estudios del cerebro humano demuestran cómo nuestra naturaleza sexuada impregna hasta la manera en que reaccionamos ante cualquier situación. A pesar de que el ser humano ha querido engañarse a sí mismo, queriendo ser su propio creador, aún no ha podido sobrepasar la naturaleza misma de las cosas: cada célula de su cuerpo lleva inscrito su sexo genético y para poder procrear una vida, no se puede prescindir de la dualidad de la aportación genética femenina y de la masculina. Sólo de un hombre y de una mujer puede nacer una nueva vida. Y se ha demostrado que esta nueva vida necesita de la presencia de ambas figuras, paterna y materna, para el desarrollo armónico de su personalidad.
Siendo así las cosas, la Iglesia no inventa el matrimonio entre un hombre y una mujer. La Iglesia sólo reconoce la verdad misma, que es evidente para quienes aún no han perdido la capacidad de ver las cosas que les muestra la naturaleza. Ateos o creyentes, todos los ciudadanos hemos tenido que reconocer que la naturaleza tiene sus propias leyes. Si un arquitecto o ingeniero intenta construir un puente y no presta atención a las leyes de la física o a la misma ley de la gravedad, su construcción está destinada a la destrucción. Y así lo demuestran las grandes tragedias ocasionadas por desarrollos que han querido desafiar a la naturaleza misma, edificando casas en terrenos que no soportan el peso, o ignorando el cauce de los ríos que luego provocan grandes inundaciones que amenazan la vida y la propiedad.
Asimismo, una sociedad que se edifique ignorando las leyes de su propia naturaleza humana está destinada a provocar su propia destrucción. Cuando se destruye la familia, cuando se ignora el derecho natural de todo niño a tener un padre y una madre, cuando se confunden las conciencias de las futuras generaciones enseñándoles que pueden ignorar su naturaleza sexuada como varones o como féminas, se minan los cimientos de la piedra angular de la misma sociedad.
Nuestros niños ya están pagando las heridas de la ausencia de uno o de ambos padres. En lugar de ayudar a fortalecer el núcleo familiar, las leyes se encaminan a restarle aún más el valor insustituible del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, proclamando que la autonomía o los deseos de los adultos van por encima del derecho natural de cada niño a tener un padre y una madre. El futuro de la sociedad está en la familia.
Hoy notamos cómo algunos, ya sean profesionales, políticos o artistas, cuando son entrevistados en los medios de comunicación repiten el mismo error de reconocer a las uniones entre personas del mismo sexo como una conducta digna de aprobación pública. Más allá de la dignidad de cada ser humano, la cual respetamos, parecería que afirmar lo absurdo y lo que es contrario a la naturaleza se ha convertido en sinónimo de erudición, mente abierta, o estar a la vanguardia. Es como el cuento del rey desnudo, que por supuestamente no quedar mal ante la opinión pública tanto él como sus súbditos alababan la belleza del traje del rey que en realidad era inexistente. Hasta que un niño se atrevió a decir la verdad: “El rey está desnudo”. Hoy reafirmarnos que queremos ser como aquel niño, cándido y valiente, que dijo la verdad. Hoy reafirmamos que no somos de aquellos que sólo se atreven a decir lo “políticamente correcto”. Hoy reafirmamos el valor del matrimonio entre un hombre y una mujer y la familia que se forma a partir de esa unión.
Y podemos preguntarnos una vez más: ¿qué propósito hay en que el ser humano exista como un ser sexuado?, ¿por qué no haber sido creados—o evolucionados—como las estrellas de mar, con una reproducción asexual?
La naturaleza sexuada del hombre y la mujer no es sino el reflejo de un mensaje que llevamos inscrito en nuestro propio cuerpo: ese mensaje que nos habla de nuestro Creador. Es la huella que quiso dejar el Creador en su criatura. El cuerpo humano refleja el llamado a la entrega mutua del hombre y la mujer, de modo que la comunión de amor entre los esposos de la que nacen las nuevas vidas, sea un reflejo del amor divino.
Sí, el ser humano es capaz de reconocer el mensaje de Dios con sólo mirar la naturaleza. Más aún, no hace falta conocer a Dios para darse cuenta del lenguaje del matrimonio en los cuerpos. La historia muestra casos en que el ser humano o el mismo Estado ha cometido grandes injusticias cuando no ha podido leer la ley que lleva el ser humano inscrita en su propia naturaleza. El reconocimiento de esa ley natural que antecede a las leyes escritas por los hombres llevó a redactar la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Es este el ‘derecho natural’ que cita el preámbulo de nuestra Constitución para decir que fue creada bajo el ejercicio del mismo.
Hoy, se intentan proclamar como ‘derechos’ los deseos individuales que se apartan de esta ley natural. La dignidad de cada ser humano es inviolable, pero el bien común no puede basarse en una autonomía absoluta del individuo que pase por encima de los derechos naturales de los más indefensos: los niños. Hoy, recordamos a los que tienen la responsabilidad de legislar, que la ley no se puede apartar de la Verdad sobre el hombre. Cuando la ley se aparta de la Verdad sobre la persona, se convierte en una dictadura.
Que Dios bendiga a Puerto Rico.