Todavía recuerdo su sonrisa alegre. Combinaba muy bien con sus ojos claros. Nunca supe el verdadero color de sus ojos. Cuando la divise a lo lejos, casi me tiro del carro para correr donde ella. Papi no nos dijo hacia dónde íbamos. Cuando nos dijo a Ramón Luis y a mí que cogiéramos los bultos y nos montaramos en el carro, no sabía que era para nunca volver. Mi madre nos despidió con sus ojos azules humedecidos por el llanto, su pañuelo en la mano con la que ahogaba su tos permanente y aquella frialdad que yo no entendía…..Papi iba en silencio, mientras yo le preguntaba a mi hermano Ramón Luis hacia dónde nos dirigiamos.
El, como siempre, me inventó un cuento. Pasó casi una hora de camino en el Chevrolet Azul Celeste de mi papá cuando llegamos. No lo podía creer, allí estaba con los brazos abiertos de par en par….y esa sonrisa que jamás olvidaré. Aún me sorprende que lo recuerde tan claro a mis 60 años, si en aquél entonces tenía 4. Después de eso, supe que se llevaron a mi mamá Mella para un hospital de donde nunca más volvió. La Tuberculosis fue una enfermedad que acababa con las personas rápidamente en los años 50′. De hecho, mi madre la contrajo antes de yo nacer.
Fue esta la razón que el día que nací con la «comadrona» Doña Cruz, me entregaron en los brazos de ella. Desde entonces me tomó como su hijo propio, le pidió a mi mamá Mella me pusiera por segundo nombre Edgardo, por el niño que ella había perdido….y fue el nombre con que me llamó toda su vida. Pasaron cuatro años sin casi tener contacto con mi madre enferma. Ella se sometió al martirio de separarse de sus dos hijos con la esperanza de curarse. Mientras, nosotros recibíamos el amor y el cuidado de mami Jeque.
Un fatal día mi abuela paterna, Moncha, la visitó al «sanatorio» y le reclamó que saliera de ahí y viniera a atender a su hijo y a los de ella (nosotros)….y nadie sabe cuántas cosas más le dijo, que mi mamá Mella abandonó el hospital y vino a atendernos. Mami Jeque se fue….y nosotros lloramos casi dos días de corrido. Sencillamente, no entendíamos quién era esta mujer que no nos abrazaba ni nos daba besos.
Fue el día de su muerte que mami Jeque nos explicó que nuestra mamá Mella nos quería tanto que no quería contagiarnos y por eso no se atrevía ni a tocarnos. Tal vez pasó un mes o dos cuando tuvo que volver al hospital porque había empeorado su condición.
Por muchos años pensé que el día más feliz de mi vida fue aquella tarde que papi nos recogió para llevarnos de nuevo donde mi mamá Jeque. Ese día vi en sus ojos y en su sonrisa algo que atesoré en mi corazón, un amor incondicional que me arrulló toda la vida. Mientras fui creciendo, acercandome a la familia de mi mamá Mella comprendí lo mucho que me amó. Fui afortunado en la vida, tuve dos madres que me amaron y a las cuales amaré hasta el día que muera.
Por eso, el Día de las Madres para mí es una celebración de vida y de muerte, de pena y de alegría……pero sobre todo, de gratitud.
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