Por Thomas Jimmy Rosario Martínez, Investigadores de la Historia Vegabajeña
Hace cuatro décadas escribí sobre la historia de las Fiestas Patronales. De mi estudio de lo que había sido hasta el momento ese evento tradicional en 1977 le solicité a la Asamblea Municipal que revisara la forma y manera en que esta actividad ponía en riesgo y seguridad la vida de los que acudían año tras año a la Plaza y los alrededores.
En los últimos años previos el inmenso flujo no permitía el desplazamiento libre de personas. Hubo accidentes y hasta muertes y ya era un riesgo para todo ciudadano ir a la Plaza. Allí también estaban desapareciendo tradiciones bonitas como la vuelta de las jóvenes para echarle carnaval y tener que quedarse quieto en momentos en que se hacían los espectáculos por la imposibilidad de moverse para salir del barullo de gente, como Nueva York en la noche de Año Viejo. La suciedad, malos olores y basura que quedaban tras la actividad de diez días, era un problema.
Mi experiencia con los historiadores serios que conozco y que he conocido, no buscan hacer el recuento de vida de personas, de comunidades, de pueblos ni de naciones para recrear como una pintura bonita y hacer cuentos que nos resulten familiares. Esa es la periferia de la historia. La verdadera importancia está en el cambio que puede permitirnos examinar esa experiencia.
Estudiar la historia de Vega Baja tiene que tener un fin pragmático, aunque no lo conozcamos al principio de nuestra investigación. A veces, al examinar las informaciones es cuando van surgiendo las nuevas ideas y las maneras como la historia le va diciendo a uno el rumbo del cambio. En ese sentido, la historia, que parece inamovible porque el pasado parece ser el mismo, produce el movimiento hacia el futuro que el ser humano, con su arte y su ciencia de cambiar las cosas.
Conocer la historia de Vega Baja es siempre el primer paso para buscar el cambio. La experiencia es el espejo, antes de mirar al horizonte. Conocer todos los detalles del ayer de nuestra ciudad es el lógico camino de cualquier idea.
¿Cuánto de historia vegabajeña tenemos que conocer? Toda la que podamos. Y debemos empezar por nuestra propia historia personal que no solo debe ser la más importante porque es la que hemos vivido y la más reconocible a nuestros sentidos, sino porque ninguna historia del mundo puede eliminar nuestra presencia.
De la historia nuestra, tenemos que recoger la experiencia familiar y el entorno íntimo. Buscar los factores de seres cercanos que influenciaron en nuestra vida hasta a los parientes, vecinos, compañeros escolares, maestros y gente de la comunidad. Hay que buscar la historia de nuestros objetos, costumbres, actividades, eventos, deportes y hasta lo que se pensaba sobre todo, incluyendo la espiritualidad y la muerte.
La historia vegabajeña es de todos. La vida de los historiadores es tan corta como la de los demás como para poder recrear toda la historia colectiva en detalle. Pero es necesario saber que hubo, para ver que habrá.
La historia es más importante que los historiadores. Por eso, no podemos esperar que alguien venga a tratar de resumir la actividad de vida porque eso dependerá del tiempo disponible que la persona tenga, de su interés y el enfoque discriminatorio necesario que se hace con cada historia para producir un resultado en un tiempo determinado.
Es necesario que todos hagamos los recuentos personales, los de nuestros barrios y nuestras comunidades y los demos a conocer. El cúmulo de esa experiencia es la verdadera historia de un pueblo. Ese debe ser, pues, el norte de todos los vegabajeños. Contar la historia individual para hacer la historia colectiva.